viernes, 30 de diciembre de 2016

Racionalidad, Moralinas y la cola de EPK

Venezuela tierra de lindas playas, beisbolistas y liberales que abominan del Homo Economicus sobre bases morales.
En víspera de Navidad el gobierno venezolano cargó de nuevo contra una compañía privada venezolana, una de notable éxito internacional y buena reputación: la cadena de tiendas especializadas en ropa infantil EPK. El aparato burocrático-policial intervino las operaciones de la cadena, obligándola a vender a precios ficticiamente bajos y produciéndole una pérdida irreparable. Para qué quede muy clara mi posición: el hecho me parece abominable y merecedor todo nuestro repudio, es una dosis adicional de esta tóxica mezcla de incompetencia, maldad e ideología que es el chavismo, que tiene a este país en la lona y ciudadanos comiendo de la basura.

El episodio de EPK encendió la indignación de nuestra reducida y maltrecha esfera pública nacional. La mayoría, para mi sorpresa, destiló una rabia que iba dirigida mucho más hacia la gente que se lanzó a la calle a sacar provecho de los efectos de la arbitraria medida, mientras muy pocos se enfocaban en el verdugo que la tomó. Aquel día llovieron monsergas del tipo “esa cola es expresión del fracaso moral” de este país, y cosas por el estilo.

Lo primero que habría que decir es que no tengo interés alguno en certificar la calidad moral de los que hicieron cola en EPK, probablemente algunos de ellos son terribles personas. También hay que decir que hay una dimensión de su conducta que, en efecto, puede ser evaluada en el plano moral, como toda acción humana, pero creo que enfocarse en ese “juicio moral” enturbia la comprensión del fenómeno y nos lleva a un debate que, en mi opinión, es estéril e improductivo. Entiendo la muy humana necesidad de sentirse por encima de este pantano que va dejando el chavismo, pero estoy convencido de que es una discusión profundamente inútil.

El episodio de EPK, notorio por lo visible y reciente, no es distinto a lo que tres lustros de controles de precios chavistas han infringido sobre el sector privado: forzar a un productor a vender su producción a niveles ridículamente bajos, es exactamente lo que ha venido haciendo el gobierno con otros rubros, desde lavaplatos hasta harina de maíz. Y en todos los casos el efecto es el mismo: una estructura de precios incompatibles con los costos de los productores da como resultado colas para comprar, desincentivos para producir, y oportunidades de arbitraje de precios.

En todos los casos se cumple la máxima económica: la gente, en general, responde a los incentivos que se le presentan. Si hemos de enfocarnos en un juicio moral sobre la cola de EPK, yo lo haría sobre la bancarrota moral que significa un gobierno que diseña los incentivos perversos que, para producir ganancias de bienestar de corto aliento sobre individuos, llevan a la quiebra al sector privado. Desde el punto de vista económico, lo que uno observa es la respuesta de la masa a un cambio –arbitrario, dictatorial, ilegal- a las condiciones del “mercado”. Cómo dice un economista amigo, uno podría darle connotaciones morales a la pendiente negativa de la curva de demanda, pero es inútil. 

Tampoco es que es la primera vez que el gobierno chavista toma una medida económica que hace que ciudadanos tomen decisiones que, siendo racionales, pueden resultar moralmente cuestionables. La historia de los últimos 17 años está llena de nefastas políticas públicas, oportunidades arbitraje y ganancias individuales en detrimento de terceros. Ahorrémonos la moralina, comparemos por ejemplo las implicaciones de la cola de EPK versus la cola de traders que arbitraron con bonos soberanos denominados en USD pero pagaderos a la tasa de cambio oficial de 4,30.

Pudiera ser un poco injusto, eso sí, decir que hacer la cola de EPK es equivalente al provecho que saca el ciudadano promedio a las políticas de subsidios y controles generalizados, como los controles de precio de la gasolina o el control de cambios a través de Cadivi. Al fin y al cabo pudiera ser cierto que hay algo de inevitabilidad de la elección individual, por aquello de “yo no tengo forma de poner gasolina a otro precio” o “no hubo otra forma legal de comprar dólares”. Tal vez sea una cuestión de grados, pero la naturaleza es la misma.

Se dice también que en el caso de EPK la víctima es un empresario venezolano con nombre y apellido, lo cual es cierto. Lo anterior da para la reflexión sobre cuál es la víctima de las siniestras políticas de subsidio generalizado, pues no es otra que nuestros difusos, pero no menos importantes, intereses colectivos: las finanzas públicas, la provisión de servicios básicos, el equilibrio externo, el medio ambiente, la producción nacional, etc. No deja de ser descorazonador que los victimarios piensen que es menos malo si la víctima somos todos. Esas políticas las terminaron pagando los más vulnerables, los que hoy se enfrentan al abismo económico sin herramientas para enfrentarlo y sin un Estado que le provea una mínima red de salvación.

Decía que puede haber grados, pero que lo que si no se puede negar es que el mecanismo económico que opera en un caso u otro es de la misma naturaleza. Si la cola de EPK es la respuesta de “demanda” ante un precio forzadamente puesto a nivel ficticiamente bajo, también es lícito pensar que esa “demanda” por ese Iphone5 que se compró en 2013, por ese viajecito a Europa de 2012, o por esa universidad extranjera donde estudió su hijo, o la “demanda” por 52 tanques de gasolina que le pone a su camioneta al año, tal vez, solo tal vez, no hubiera sido la misma “demanda”, si el gobierno no forzara algunos precios a permanecer a un nivel también ficticiamente bajo. Piénselo.

Lo cierto es que en todos los casos, sean epkeros, cadiveros o traders, se trata de gente respondiendo de forma racional a incentivos perversos. En todos los casos una evaluación de la dimensión moral de esas conductas, sin ser incorrecta, me parece –repito- estéril e improductiva. Es un debate estéril porque no queda una implicación práctica, de ese fútil ejercicio de dividir a la gente entre buenas y malas no queda algo que nos ayude a navegar el futuro. Los estados, las instituciones, las reglas y las políticas existen, precisamente, para no tener que depender exclusivamente de la poco fiable “conciencia” de la gente. Creer que se puede obtener resultados económicos deseables, basados solamente en la “conciencia moral” de las personas, sin la estructura de incentivos adecuada, es exactamente el postulado socialista del “hombre nuevo”, estúpida formulación con inevitables resultados trágicos, como cualquier venezolano puede atestiguar.

Es un debate improductivo porque desvía atención de los verdaderos responsables: los que hacen las políticas, diseñan los incentivos e implementan estas criminales acciones: el gobierno chavista. El debate de los atributos morales de la cola de EPK diluye las culpas en una difusa colectividad, llevándonos a una suerte de determinismo cultural de lo “malo” que es el venezolano, ejercicio de verdadera holgazanería intelectual que es utilizado a diestra y siniestra como una especie de respuesta-comodín, pero que es una respuesta incorrecta y falsa para explicar lo que pasa en Venezuela (o en cualquier parte).

El punto central es que la gente es simplemente gente, y responde a incentivos. Saberlo nos permite liberarnos de esos prejuicios que, en estas horas oscuras, están a la orden del día y en boca de todos. No creo en el patrioterismo ni soy dado a las cursilerías celebratorias del hecho aleatorio de nacer sobre un territorio, no soy de los que crea que haya nada particularmente bueno, o chévere sobre el “ser venezolano”, pero tampoco creo que haya algo particularmente malo sobre serlo. Simplemente creo que no somos ni mejores ni peores que otras sociedades, las experiencias de países que progresan económica y socialmente son tan diversas que son en sí mismo prueba de que la “superioridad moral” no es un factor que explique el desarrollo. La gente es gente, en todas partes, y si cambian los incentivos, cambia el  comportamiento. En Suecia, Maicao o Santa Cruz de la Sierra.


Pensar de esta manera, por cierto, es lo único que nos permite aspirar a un país distinto, es lo único que nos permite guardar la esperanza de que si construimos un andamiaje distinto, obtendremos resultados distintos, en este territorio, con estos mismos ciudadanos. Qué el 2017 nos sea un poco más leve a todos.

sábado, 20 de agosto de 2016

Polonia, la transición y otras quimeras

transición
Del lat. transitio, –ōnis.
1.- Acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto.

quimera
Del gr. Khimaira
1.- Monstruo fantástico de la mitología griega con tres cabezas que escupían fuego, cuerpo de cabra y cola de dragón.

I
La palabra “transición” debe ser el término del momento en la esfera pública venezolana. Los demócratas presionan por ella. El aparato chavista se resiste a ella. Los economistas hablan sobre ella. El pueblo aspira a ella. Sin embargo, en este punto, nadie sabe con certeza cómo llegar hasta ella. En este punto, es comprensible que muchos pongan el foco en la descripción del calamitoso estadio actual, mientras otros se aventuran a delinear las características deseables del estadio futuro cuando, en el sentido estricto, la propia definición de la palabra sugiere que el elemento central y lo realmente importante es el tránsito: cómo pasamos de una forma de ser o estar a otra distinta.
El 4 de junio de 1989, el Partido Comunista Chino ordenó aplastar brutalmente las protestas en la plaza Tiananmén. En Berlín Oriental, algún guardia de la Stasi terminaba su guardia somnolienta vigilando que nadie cruzara una pared, aunque faltaran apenas cinco largos meses para que se precipitaran los acontecimientos que terminaron en la caída del muro. También aquel día, en otro lugar del mundo, una coalición de fuerzas democráticas de oposición obtenían una categórica victoria en unas elecciones sin garantías y plagadas de trampas y abusos. Sin saberlo, en aquel momento se abrían las compuertas de la caída del comunismo en Europa Central y la antigua Unión Soviética. Ese día también se inició el primer experimento de tránsito desde una economía socialista hacia una economía de mercado.
II
“El Gobierno que asumió el poder encontró una economía al borde de la hiperinflación, con capacidades productivas minadas por la escasez y un sistema de incentivos y precios completamente distorsionado”
“El año anterior al inicio de las reformas económicas, se observó una alarmante caída en el desempeño económico, con una inflación que alcanzó 700%; una escasez que, ya siendo crónica, se intensificó a niveles nunca vistos; una crisis fiscal que llevó el déficit a niveles nunca antes experimentados; y, una triplicación del déficit de la cuenta corriente”
Al leer los párrafos anteriores, se concluye que no hay nada excepcional en el estruendoso fracaso que es la economía venezolana de 2016. Siempre, en todas partes, el mismo conjunto de políticas produjo el mismo conjunto de resultados.
El chavismo no es original ni fracasando.
Ambos párrafos con citas textuales de un diagnóstico temprano elaborado por una institución multilateral de crédito, pero el país al cual hacen referencia es Polonia. La fecha del reporte es octubre de 1989. Y hago referencia al texto porque lleva a un punto que vale la pena destacar y que ya sugerí en un artículo anterior: la economía venezolana, en su estado actual, se está pareciendo mucho más (y en más de un sentido) a las economías de la Europa Oriental durante la transición post-soviética que a los programas de estabilización y ajuste estructural que en esa misma época se dieron en Latinoamérica.
Aunque, macroeconómicamente hablando, en Venezuela confluyen todas las condiciones que condujeron a las crisis latinoamericanas de los años ochenta, desde el punto de vista de la estructura económica que deja el chavismo, el país presenta lo más típico de las economías de planificación centralizada del Pacto de Varsovia: un entramado perverso de distorsiones que han derivado en el cese parcial de los mecanismos de mercado, la derogación parcial del sistema de precios como mecanismo de información y asignación económica, junto con la obliteración (en aquel caso inexistencia) del sector privado.
III

Volviendo al cuento de Polonia, lo primero que hay que decir es que su mención no es casual. Aquella Polonia reformada por MazowieckiBielecki y Wałęsa resultó ser, por mucho, la economía más exitosa de la transición post-soviética. Si la transición es el tránsito hacia un nuevo estadio, Polonia es un buen ejemplo de cómo debe lucir el punto de llegada. Polonia logró el tránsito desde una economía centralmente planificada, controlada en todos sus ámbitos, sin libertades públicas ni individuales, hacia una economía de mercado funcional y competitiva, abierta al mundo, con una democracia vibrante.


Desde los despojos de este experimento económico fallido que es el chavismo, el caso de Polonia ejerce obvia atracción.
A diferencia de otros países de Europa Central y Oriental, Polonia no experimentó los rigores de una depresión económica en su camino hacia la estabilización. Luego del impacto inicial sobre los precios y el producto, Polonia logró derrotar en corto tiempo la escasez, inició una progresiva reducción de la tasa de inflación y emprendió una senda de crecimiento económico sostenido que no se ha interrumpido hasta nuestros días.
Durante los últimos 25 años, el PIB per cápita polaco ha hecho más que duplicarse: hoy excede los 24.000 dólares, cifra que equivale a dos terceras partes del nivel de Europa Occidental, su nivel más alto desde su “Edad de Oro” en el siglo XVI.
A lo largo del proceso, Polonia adoptó instituciones que habilitaron el desarrollo económico: el estado de derecho, un régimen de libertades públicas y privadas, una política monetaria independiente, regulación para una competencia fuerte, libertad de prensa, etcétera.
Después de 25 años de la transición polaca (y parcialmente gracias a ella), hoy se tiene más y mejor conocimiento sobre qué es lo que funciona.
IV
La experiencia polaca se convirtió en el arquetipo de lo que desde entonces se llamó terapia de shock y debe revisitarse con ojo crítico, sin que ello signifique endosar automáticamente el ritmo y la secuencia de ese programa de reformas.
Con sus aciertos y errores, para no entrar en los detalles técnicos de la etapa inicial de estabilización y ajuste, creo que la experiencia polaca ofrece lecciones que pueden ayudarnos a orientar los esfuerzos por repensar los nuevos rumbos que debe tomar la economía venezolana:
Lección 1. Sobre ritmo y secuencia de la desregulación económica y la privatización. Polonia, desde un inicio, privilegió y dio un gran impulso al traspaso de empresas de pequeña y mediana envergadura al sector privado. La idea fue poner énfasis en la reactivación de mercados competitivos en las áreas de comercio minorista, la construcción, la industria ligera y la agricultura. Así fue como Polonia logró crear, en relativamente poco tiempo, más de dos millones de empresarios que sentaron las bases del crecimiento de la producción y la creación de empleo. Por otro lado, Polonia se tomó un tiempo más largo para montar un proceso transparente y eficiente de privatización de las empresas grandes y estratégicas. La apuesta fue por maximizar el valor de los activos públicos que iban a ser vendidos y, a la vez, crear regulaciones para evitar que los cleptócratas comunistas del ancien regime se hicieran con esos activos, pues además eran ellos quienes financiaban la oposición a las reformas democráticas y los únicos con el músculo financiero suficiente. No es fortuito que en Polonia no existan oligarcas al estilo de Rusia, por ejemplo. Aquí las lecciones para nuestro país no necesitan mayor explicación.
Lección 2. Sobre el énfasis en los flujos de inversión extrajera directa. El rápido crecimiento económico experimentado por Polonia, además de su desarrollo industrial y exportador y el cierre de la brecha tecnológica y de infraestructura con Europa Occidental se debe, en gran medida, a su disposición a recibir robustos flujos de inversión extranjera directa. La apuesta estratégica y de política económica fue privilegiar inversiones de largo plazo por encima de flujos de corto plazo e inversiones financieras de cartera. Esto, visto en retrospectiva, le otorgó fortaleza a su sistema financiero y aisló a la economía polaca de las crisis internacionales de 1998 y 2008, por ejemplo. He ahí otra lección para Venezuela.
Lección 3. Sobre el rol de la integración económica. Las ambiciones de Polonia por acceder a la membresía plena de la Unión Europea, algo que lograron en 2004, otorgó incentivos para mantener políticas macroeconómicas y estructurales adecuadas. Y más importante aún: la integración fue una fuerza importante en la reconfiguración del aparato productivo local y permitió la aparición de nuevos sectores económicos que fueron la base del crecimiento económico y la creación de empleos.
Lección 4. Una diferencia sustantiva. Con todas las semejanzas que pudieran existir entre el caso venezolano y las transiciones de las economías post-comunistas, existe una diferencia que juega a nuestro favor: cuando un lee los documentos de la época, se observa el reto monumental que significaba crear una economía de mercado funcional en países donde no existían mercados, sector privado ni empresarios. La última generación de empresarios polacos, por ejemplo, probablemente ya estaba retirada o muerta después de 45 años de comunismo. A diferencia de Polonia, aún cuando los mecanismos del mercado estén parcialmente paralizados, en Venezuela existe un sector privado que ha sobrevivido a la aplanadora chavista y una generación de empresarios, dentro y fuera del país, que bajo un conjunto de reglas e incentivos claros puede ser la piedra angular de la recuperación de una economía de mercado, la producción y el empleo en la Venezuela del futuro. No hay que crear una clase empresarial, porque ésta ya existe. No somos la Polonia de 1989, pero en todos los demás sentidos quisiéramos ser la Polonia de 2016.

martes, 5 de julio de 2016

Venezuela: Una Revolución Socialista sin Progreso Social

Desde su fundación en 2012, la organización no gubernamental Social Progress Imperative, a la cabeza de la llamada Red de Progreso Social, viene dando pasos decididos en un proyecto tan ambicioso como necesario: trascender el enfoque puramente “economicista” en la forma como medimos el bienestar de la gente. Se trata de medir bienestar más allá de las medidas estándar de crecimiento económico y el PIB por habitante.

Hace pocos días se publicaron los resultados del Índice de Progreso Social (IPS) 2016 construido por los equipos técnicos del Social Progress Imperative y la Red de Progreso Social. EL IPS 2016 es un índice agregado que compila 53 indicadores sociales y ambientales para un conjunto de 161 países. EL IPS captura tres dimensiones del progreso social: las necesidades humanas básicas, las características del entorno como cimiento del bienestar, y las oportunidades para el progreso humano.

Sin entrar a explicar los detalles metodológicos, el índice se enfoca en las dimensiones no económicas de los resultados nacionales y privilegia los indicadores de resultados, por encima de la cantidad de recursos invertidos en alcanzar dichos resultados. Es decir, cuando un burócrata llama a una rueda de prensa para decir que “se invirtieron XXX millones de USD en programas sociales”, el IPS pasa enseguida a la pregunta: “¿y los resultados de esas inversiones fueron…?¨.

El marco conceptual del IPS abarca tres dimensiones: la primera es la dimensión de la satisfacción de necesidades humanas básicas, que comprende a su vez resultados esenciales en áreas de cuidados médicos básicos, nutrición, acceso al agua y saneamiento, vivienda y seguridad personal. La segunda dimensión está referida a características del entorno como fundamento del bienestar, esta agrupa indicadores de acceso al conocimiento, a la información y las comunicaciones, resultados de salud, y calidad ambiental. Por último, el índice incorpora una dimensión de oportunidades de progreso personal, que incluye un enfoque de derechos personales, libertades individuales, tolerancia e inclusión.   

Los resultados para Venezuela en las tres dimensiones del IPS no pueden sino catalogarse, siendo un tanto condescendientes, como mediocres. Más allá de la retórica apologética oficial, en la inspección del IPS en términos absolutos, Venezuela obtiene un puntaje de 62 puntos sobre 100 posibles, lo cual lo hace situarse a la cola de América Latina, superado por economías más pequeñas y modestas como República Dominicana, Bolivia y Paraguay. En términos relativos, Venezuela se sitúa por detrás, incluso, de países similares en cuanto a ingreso o abundancia de recursos naturales.

Si se compara el IPS de Venezuela con el del grupo de países de un nivel de ingreso per cápita similar, se concluye que los resultados en términos de progreso humano han sido extremadamente pobres. Venezuela muestra brechas de desempeño, señaladas en el informe como debilidades relativas, en 23 de los 53 indicadores del índice. Los resultados de Venezuela son insatisfactorios en dimensiones como la mortalidad materna, la calidad medio ambiental y el acceso a la información y comunicaciones. Venezuela muestra, además, graves brechas en todos los indicadores de seguridad personal, con cifras peores que las de algunas zonas en conflicto bélico abierto como Iraq; y, en la dimensión de libertades individuales, con peores resultados que los mostrados por algunas de las monarquías teocráticas del golfo.

Resulta importante destacar que la mayoría de los indicadores incluidos en el IPS de 2016 datan de 2014, es decir, los pobres resultados en términos de progreso social de este experimento “humanista” que se llamó la revolución del socialismo del siglo XXI eran ya evidentes en ese entonces. Además, los efectos de la peor crisis económica y social en la historia moderna de Venezuela, que hoy tiene a la sociedad venezolana sumida en una vorágine de necesidades básicas insatisfechas, recesión, inflación, escasez y caos de servicios públicos, aun no se ven reflejados en el IPS. No hay que ser profeta para avizorar cuál será el desempeño de Venezuela en el IPS de 2017 y 2018.


Los resultados que acaba de publicar el Social Progress Imperative demuestran que estamos ante el curioso caso de una revolución social, sin progreso social; un proyecto humanista, donde el ser humano no está más cerca de satisfacer sus necesidades básicas. El socialismo del siglo XXI estaba, hace ya dos años, en bancarrota. Los resultados del IPS 2016 muestran que el rey estaba desnudo, incluso antes de esta crisis.