La credibilidad, también hay que decirlo, es esquiva, difícil de obtener. La credibilidad no se gana poniéndose un lindo traje de diseñador para ir a hablarle, con un recién estrenado vocabulario business-friendly, a un auditorio en Londres lleno de gente seguramente más preocupada por la repatriación de sus capitales, que por el futuro del país. La credibilidad tampoco se trata de que alguna banca de inversión te expida un certificado de buena conducta. La credibilidad, además, tampoco es cuestión de reunir a un grupete de colaboradores con buenas credenciales académicas, y meterse a planificar a puerta cerrada lo que debería ser un ejercicio transparente de formación de consensos políticos y sociales. Claro, ser creíble tiene un poco de todo eso. Pero es mucho más que eso.
Porque ser creíble, y esto es lo central del argumento, es la única posibilidad que tienen las autoridades de mantener ancladas las expectativas futuras de los agentes económicos, y hacer que empiecen a tomar decisiones con respecto al futuro y no al pasado. Ser creíble implicaría dotar a la economía de un ancla nominal para los precios. Credibilidad y ancla nominal son indispensables para empezar a avanzar en la flexibilización del control de precios, tasas de interés y el levantamiento del control de cambios. Sin ancla cualquier liberación seria suicida. En resumen un paquete de medidas de ajuste y estabilización sin credibilidad, no es ni de ajuste, ni de estabilización, es tan solo más de lo mismo.
Técnicamente hablando, una economía enfrentada a unos desequilibrios macroeconómicos como los que observamos, necesita producir un cambio abrupto en el tipo de cambio REAL, tanto para completar el ajuste externo, como para licuar las presiones fiscales. Es decir, la economía necesita un cambio permanente en los precios relativos de bienes transables y no transables. Este cambio de precios favorece al sector público por ser superavitario en ingresos externos.
Los que piensan que una devaluación suficientemente grande puede restaurar los equilibrios económicos en Venezuela, suponen que esta medida puede realinear el tipo de cambio real acercándolo a su nivel de equilibrio. Pero para que ello ocurra es necesario suponer que la devaluación cierra la brecha fiscal, que tiene bajo/nulo efecto pass-through sobre los precios, y que el nuevo régimen monetario/cambiario será creíble. Todos los anteriores son supuestos en extremo discutibles.
La pregunta que uno se hace hoy es: ¿puede una devaluación producir una depreciación real de la magnitud necesaria restablecer el equilibrio externo/interno de la economía? Debe decirse, en primer lugar, que la devaluación ha perdido efectividad como mecanismo de generación de ingresos fiscales dado los pesados compromisos del sector público en importaciones y deuda. Una devaluación que cierre la brecha fiscal en ese contexto, debe ser tan grande que luce inviable, o debe ir acompañada de recortes de gasto público que lucen improbables. Es cierto que cualquier ajuste parcial podría aliviar temporalmente las presiones de caja de PDVSA, puede ayudarnos a cerrar el año, puede correr la arruga, pero ciertamente no nos ayudará a restablecer los equilibrios macro. Peor aún, una devaluación parcial, enmarcada en un plan no creíble, en un contexto altamente inestable con condiciones pre-hiperinflacionarias, con la recaudación fiscal interna en declive por la recesión, con las otras fuentes de financiamiento cerradas, no evitaría que el banco central siga imprimiendo dinero inorgánico para financiar el déficit fiscal y podría colocarnos en una trayectoria aún más inestable que en la que estamos hoy. Podría acercarnos más a la hiperinflación.
Qué una nueva devaluación es inevitable, es cierto. Qué el ajuste ocurrirá más temprano que tarde, es muy probable. Pero qué una devaluación en el actual contexto es medida estabilizadora y significa la restauración de los perdidos equilibrios macro de nuestro maltrecho país, es sencillamente falso. Para ello hace falta más, mucho más.
La economía es como un río crecido que siempre –siempre– reclama su cauce. En mi opinión, la unificación cambiaria no es un programa, y aunque pueda relajar temporalmente la restricción de caja del sector público, no nos acerca a una situación de estabilidad macroeconómica. Solo un cambio comprehensivo de políticas, instrumentos y responsables, puede tener la credibilidad suficiente para romper el ciclo de inestabilidad. Hay que advertir que en el contexto actual, esas condiciones difícilmente se darán, y un ajuste incompleto y no creíble nos hará enfrentar reales riesgos de más inestabilidad. Cuándo se trata de la economía, no siempre hacer algo en la dirección correcta es mejor que no hacerlo.