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En estos primeros días de diciembre, cuando el tipo de cambio paralelo Bs/$ se está devaluando a una tasa de 75% mensual quizá valga la pena recordar que, en su definición clásica que data ya de los años 50s, P. Cagan puso el umbral –necesariamente arbitrario- de la hiperinflación en un nivel de 50% mensual.
Debo confesar que a uno como economista le da un poquito de vergüenza ajena, o más bien propia, tener que hablar de un tema que pertenece a la sección de lo que ya no se estudia en las escuelas de economía. Y no se estudia porque la estabilidad de precios es un objetivo alcanzando casi universalmente. Ciertamente en nuestra región, ya nadie discute sobre estos temas. Nadie. Y no hablo solo de los niños buenos de la película, Perú, Colombia o Chile, sino que en países como Bolivia o Nicaragua, la inflación es un problema del pasado.
Finalmente llegamos al punto donde tímidamente se pierde el temor a afirmar que estamos en la verja hiperinflacionaria. Sin embargo, hace un año, cuando inauguramos Distortioland hablando sobre como las decisiones del gobierno habían roto con la institucionalidad mínima de la estabilidad monetaria en Venezuela, o sobre como el desequilibrio monetario tendería a profundizarse y que la trayectoria monetaria nos conduciría más temprano que tarde al equilibrio hiperinflacionario, este no era el caso. En aquel entonces, bajo el argumento de que en una economía con controles y represión financiera la demanda de dinero no caería, pocos eran los que daban crédito a la tesis de que íbamos en la trayectoria hiperinflacionaria.
Pero pasó. Y era previsible que pasara porque entiéndase bien: nunca, en ninguna parte, los controles de cambio y la represión financiera impidieron un proceso hiperinflacionario. Aquí estamos en un punto que no es más que la consecuencia lógica de la demencial dinámica monetaria en que nos metió el gobierno en los últimos 8 años.
Lo que estamos observando con el mercado paralelo en los últimos días es síntoma inequívoco de que la demanda por nuestra moneda empieza a colapsar. La caída de la demanda por bolívares ha sido abrupta, acelerada y repentina, lo cual es lo típico en la anatomía de los procesos hiperinflacionarios. En el extremo de este proceso, la gente simplemente no encuentra razones para permanecer con nuestro signo monetario en el bolsillo, la moneda deja de cumplir las funciones básicas del dinero. Si la moneda local ya no le sirve para nada al público, es lógico que las personas estén dispuestos a pagar cualquier precio -cualquiera- por deshacerse de él.
Hay una gran posibilidad de que sea esto lo que estamos observando los primeros días de diciembre de 2014, el colapso de la demanda de dinero. Con ello, nos enfrentamos como sociedad a un abismo macroeconómico, un evento que amenaza con destrozar el ya maltrecho tejido económico y social de nuestro país.
No se trata de sonar deliberadamente alarmista, pero del bestiario de males macroeconómicos, la hiperinflación es quizás el mal más brutal y disruptivo. La hiperinflación disloca el sistema de precios de tal manera que los mercados de bienes, servicios, trabajo y crédito en la práctica dejan de funcionar efectivamente. La hiperinflación, además, es desproporcionadamente injusta con los que menos tienen, pues estos se ven obligados a dedicar todos sus recursos mentales, físicos y materiales a tratar de escapar de sus efectos, día tras día, so pena de enfrentarse con el hambre.
Lo más triste de todo esto es que la hiperinflación y sus causas, es uno de los pocos temas donde existe un consenso casi unánime en la disciplina económica. Dando un paseo superficial uno encuentra que ya en Keynes y Cagan, pasando por Sargent y hasta en un entrañable y respetado economista boliviano, entre otros, están las claves de nuestra tragedia actual. No hay nada nuevo, todo estaba dicho. Todas las hiperinflaciones modernas tienen las mismas características:
- Una enloquecida dinámica monetaria, alimentada por un Banco Central sin independencia y dispuesto a imprimir dinero inorgánico de manera ilimitada.
- Enormes déficits fiscales, sin opciones legítimas de financiamiento.
- Un entramado de controles y represión financiera, que interactúa perversamente con la locura fiscal y monetaria.
Y aquí el punto central de este post: el otro gran consenso en la materia es que una hiperinflación es un proceso que puede ser detenido muy rápidamente. Paradójicamente, estabilizar una economía hiperinflacionaria es un reto técnico mucho más sencillo que, digamos, derrotar una inflación moderada. Con respecto a esto, la literatura es categórica en lo que hay que hacer para desactivar la bomba H:
- Es necesario detener el crecimiento descontrolado de la masa monetaria. Devolver la independencia al Banco Central y eliminar las disposiciones que permiten el financiamiento inorgánico de terceros.
- Aunque poner bajo control el crecimiento de la masa monetaria es necesario, la condición sine qua non para detener la hiperinflación es llevar a cabo un ajuste fiscal creíble. Creíble siendo la palabra clave aquí.
- Solo después de un esfuerzo coordinado por tomar las dos anteriores medidas, puede retornar la confianza en la moneda, y se puede avanzar de manera ordenada hacia el levantamiento de controles.
Y es en este punto donde el panorama luce negro para Venezuela. Bajo el actual estado de las cosas, es imposible que medidas sustantivas en la dirección mencionada sean tomadas. Los actuales responsables de la conducción del país no tienen ni la capacidad técnica, ni la voluntad política para hacerlo, más aún, aunque lo intenten, es virtualmente imposible que tengan la credibilidad suficiente para tener éxito.
La única salida que le queda a Venezuela para superar la coyuntura actual, es un cambio de rumbo. Un cambio real, no solo un cambio de políticas, sino un cambio de los responsables de la conducción de dichas políticas.
Eso, o se nos viene la noche.
Eso, o se nos viene la noche.