Reza el viejo adagio que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, lo cual no vendría siendo un dicho tan relevante en nuestro contexto, pues ese camino, no importa del material con el cual estaba hecho, ya lo recorrimos.
Claro que es cierto que el modelo económico chavista volvió polvo cósmico el salario de los venezolanos. No existe ninguna duda que, entre otras muchas bajas, el poder adquisitivo de los trabajadores venezolanos es una de las principales víctimas de los efectos del fenómeno de El Niño, y su legado de controles, distorsiones, corrupción e inestabilidad macro extrema.
También es cierto que este cóctel mortal viene aderezado por una demencial parálisis en la conducción de las políticas producto, por partes iguales, de la lenidad e incompetencia infinita de los responsables de la conducción del estado. El efecto previsible es esta catastrófica conjunción de salarios de miseria, por un lado, con escasez generalizada de alimentos básicos y medicinas.
La reacción natural de la gente, frente a este brutal y acelerado proceso de empobrecimiento, es dirigir su atención a la insuficiencia de sus ingresos, o la llamada lucha por la “defensa del salario”. Y es comprensible, esperable, natural, y en cierta forma, racional, que la sociedad se organice en torno a la defensa de los ingresos, pues la insuficiencia de los ingresos es muy real: no se puede culpar a un trabajador, cuya familia coquetea con el hambre, por presionar en este sentido. Al fin y al cabo, la gente –incluyendo los políticos-, actúa resolviendo un problema de equilibrio parcial, en un mundo donde los resultados del equilibrio general no son observables o accesibles para todos.
En nuestro caso, es un tema que forma parte de la discusión diaria. El reciente aumento del salario mínimo decretado por Maduro; o la reciente aprobación de la convención colectiva unitaria de los trabajadores de la educación; o del lado de la oposición, la aprobación de Ley del Bono de Alimentación y Medicamentos para Jubilados y Pensionados por parte de la Asamblea Nacional, así lo ratifican.
Y ojo, no quisiera que se mal interpreten mis palabras, pues el drama humano detrás de la caída del ingreso de los venezolanos es real, palpable y está teniendo graves consecuencias y costos humanos. La lucha por recuperar el poder adquisitivo es más que legítima, es imperativa e impostergable.
Pero la pregunta que es relevante para evaluar en su justa dimensión el actual contexto, no es si los ingresos son insuficientes o no, sino si cualquier aumento de ingresos nominales favorece inequívocamente a los trabajadores a quienes se quiere beneficiar. La pregunta más general es: ¿cuál es el efecto sobre el bienestar de un aumento del ingreso en un contexto como el venezolano?
Responder esta pregunta es importante. Al fin y al cabo, la economía está llena de políticas con consecuencias no previstas, y no es raro encontrase con decisiones que logran lo contrario a lo que se pretendía. Es precisamente el tipo de cosas que los economistas tenemos la ingrata responsabilidad de advertir.
Comencemos por definir "el actual contexto". En la extensa literatura que se produjo en los 90s sobre el ajuste y transición de las economías socialistas hacia economías de mercado, la economía venezolana encajaría perfectamente en lo que se llamó una economía con "exceso de demanda", caracterizada por enorme o total restricción de la oferta de productos, escasez generalizada de bienes, y colas, muchas colas. Venezuela, donde el aparato productivo está de rodillas, en medio de un ajuste draconiano de importaciones, es en más de un sentido igual a Polonia, Hungría o Estonia en 1990.
Entonces, de vuelta a la pregunta original, ¿Es innegablemente positivo el efecto sobre el bienestar de un aumento de ingresos en una economía de escasez con exceso de demanda?. La respuesta corta es no, no necesariamente.
No he encontrado una forma mejor de ilustrar este punto que el sencillo modelo que presentan Sachs y Lipton (1990), en un libro que le recomiendo revisar a cualquiera que esté pensando en los retos que le vienen a Venezuela en una eventual transición. Jeff Sachs y David Lipton, eran para la época asesores económicos del Movimiento Solidaridad, en el que terminaría siendo el caso más exitoso de transición de una economía socialista a una economía de mercado.
Como no es la intención entrar en tecnicismos, baste con decir que uno puede suponer que el bienestar de la gente depende, principalmente, solo de dos cosas: la cantidad de lo que consume y la cantidad de tiempo libre que puede disfrutar. Es decir, la gente recibe utilidad de lo que consume y de la cantidad de tiempo que pasa con su familia, entreteniéndose o descansando.
El primer problema es que en una economía de escasez, el tiempo libre es lo que le queda a la gente luego de hacer largas y numerosas colas. Añádase que, por otro lado, el tamaño de la cola depende de la gravedad del exceso de demanda, es decir, del desequilibrio entre lo que la gente está dispuesta a gastar y la mermada oferta de bienes. Si tuviéramos que escribir estas relaciones sería algo así como:
Bienestar = Consumo + Tiempo Libre
Tiempo Libre = Tiempo no trabajado - Horas en Colas
Horas en Colas = f (Exceso de Demanda)
Exceso de Demanda = Ingreso Real - Oferta Total
Como lo que caracteriza a esta economía de escasez que es Venezuela, es que la oferta de bienes de consumo está completamente restringida (no reacciona frente a la demanda), es fácil demostrar que llegado un punto, cualquier aumento de ingreso real se traducirá necesariamente en un aumento del exceso de demanda, pues no hay ni habrá bienes adicionales que se puedan consumir. Luego, también necesariamente, un aumento del ingreso real se traduce solo en un aumento del tamaño de las colas, sin efectos sobre el nivel de consumo, por lo que reduce el bienestar de la gente.
Gráficamente, es fácil de ver. En el gráfico de Sachs y Lipton, es altamente probable que la Venezuela de hoy en día se encuentre a la derecha del punto S, donde un aumento del ingreso real (y es fácil verlo para el conjunto de bienes con precios controlados), en vez de aumentar el bienestar de la gente, lo reduce.
Vaya entonces esta advertencia, dirigida a políticos del gobierno y de la oposición por igual: Puede que aumentar el ingreso sea un acto de justicia, puede que sea popular, pero en el actual contexto a veces no bastan las buenas intenciones.