Desde la mitad de 2017, Venezuela experimenta lo que probablemente sea la contracción económica más severa y prolongada de su historia económica moderna. Un país que se aproxima a perder más de 25% de su Producto Interno Bruto, no es un país; es una tragedia económica habitada.
Esta afirmación no tiene solo que ver con frías cifras de producción y empleo, pues lo que ha sucedido en Venezuela en los últimos 4 años es nada menos que una debacle para las condiciones materiales de vida de los Venezolanos. Una tragedia humana con mayúsculas.
Desde la oscuridad de la ausencia de cifras, la irresponsabilidad, el cinismo y la politiquería que caracteriza la respuesta oficial, es poco lo que se puede saber con certeza sobre los efectos que esta contracción económica tiene en la evolución de los indicadores socio-económicos del país. Lo poco que se sabe o que se infiere, da cuenta de una explosión en el hambre, la desnutrición, la mortalidad materno-infantil y la muerte por enfermedades crónicas.
Con respecto a la pobreza, el vacío informativo ha sido parcialmente llenado por fuentes no oficiales, que indican que la pobreza es hoy en día un fenómeno generalizado que ya alcanzaría a 4 de cada 5 venezolanos. Nuestras propias estimaciones del Mapa de Pobreza Parroquial de Venezuela, basadas en los últimos datos oficiales disponibles, indican que la pobreza es, además, un fenómeno territorialmente profundo y extendido, con la parroquia típica venezolana presentando 76% pobreza; con cerca de 30 parroquias con tasas de pobreza cercana al 100%, y con aproximadamente 250 parroquias densamente pobladas concentrando el 70% del total de pobres.
Pero hay un aspecto que no está siendo lo suficientemente discutido ni por los analistas, ni por el discurso político: Existen razones fundadas para pensar que lo que está sucediendo en Venezuela es también una tragedia distributiva. Que cuando esto termine, que terminará, Venezuela habrá experimentado una debacle en sus indicadores de distribución del ingreso, algo muy grave para nuestras aspiraciones de desarrollo futuro.
Existen dos argumentos principales que soportan esta tesis. En primer lugar, el choque negativo más brutal sobre ingresos familiares del que se ha tenido noticias en Venezuela, lo han experimentado los más pobres, en ausencia absoluta de una red de protección social pública para mitigar sus efectos perversos.
El colapso funcional del estado chavista, la parálisis de sus programas sociales y la articulación de respuestas insuficientes y politizadas como los CLAP, han dejado a la población sin protección alguna, en el momento en que era más necesario. Los estados modernos y sus políticas sociales se estructuran y preparan precisamente para mitigar estos choques. En Venezuela, el estado chavista dejó a la gente, sobre todo a aquella que constituye el centro de su discurso político, en total estado de indefensión.
El segundo elemento tiene que ver con algo que está bastante demostrado por la literatura económica: en general, en todas partes, los segmentos más ricos de la distribución del ingreso están dotados de mejores capacidades y estrategias de mitigación de choques negativos. Las razones para ello son varias: sea porque tienen un mejor acceso al sistema financiero y de aseguramiento, sea porque poseen un mayor acervo de riqueza que es posible des-ahorrar para compensar insuficiencias en el ingreso, sea porque sus activos se encuentran diversificados en términos de monedas, lo cual los protege de la devaluación. Sea cualquiera la razón, los que están más arriba en la escala de ingresos, están mejor protegidos.
Pero la motivación de estas líneas es dar evidencias preliminares de que la sospecha arriba expresada, concuerda con la realidad. Aún con las limitaciones de los datos, es posible abordar empíricamente la pregunta de cuál ha sido el impacto de esta recesión económica sobre la desigualdad. La literatura del desarrollo económico abunda en el tema, por ejemplo, en Ravallion y Chen (2003) [1] y Kraay (2004)[2] se encuentran referencias conceptuales del llamado sesgo pro-pobre del crecimiento.
En general, sin entrar en honduras técnicas, el análisis del sesgo pro-pobre del crecimiento se ciñe a inspeccionar los cambios en el ingreso real de los hogares en un período determinado, teniendo en cuenta la posición inicial de los hogares en la distribución ingreso. Es decir, se trata de dilucidar si el choque negativo de ingresos ha sido desproporcionadamente más dañino para los más pobres o si, por el contrario, los más pobres han tenido acceso a algún tipo de mecanismo de protección que les ha permitido mantenerse en la misma posición en la distribución del ingreso.
Ilustremos el caso venezolano reciente con los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi), entre los años 2013 y 2016 [3]. El primer resultado que salta a la vista es que, en promedio, la tasa de crecimiento del ingreso real promedio de los venezolanos es de -57,8%. Es decir, el poder adquisitivo de los ingresos de la familia venezolana se redujo a menos de la mitad en tres años: una caída de proporciones gigantes. Pero la pregunta relevante para este texto es: ¿Ha sido la contracción económica de los últimos años desproporcionadamente más negativa para los más pobres? De acuerdo con el análisis del sesgo pro-pobre del (de)crecimiento venezolano, la respuesta es sí, y en mucho.
Si bien la contracción de ingresos ha sido generalizada para todos los niveles de ingreso entre 2013 y 2016, los resultados indican que mientras más pobre es el hogar, peor fue la caída del ingreso sufrida. Véase por ejemplo el gráfico anexo.
En la gráfica se muestra el (de) crecimiento del ingreso real sobre los deciles del ingreso, es decir, dividiendo en 10 partes iguales la muestra, con el decil 1 como el más pobre y el decil 10 como el más rico. Al comparar cada decil con la caída promedio de la economía entre 2013 y 2016, se concluye que la crisis reciente ha tenido efectos distributivos profundamente regresivos. Los deciles más ricos de la distribución mejoraron relativamente frente al promedio del ingreso. De hecho, el ingreso del decil más rico resultó 26% mejor con respecto al promedio que el ingreso del decil más pobre. Todos hemos caído, pero unos han caído más que otros.
De la Venezuela de Maduro quedará no solo un país en ruinas económicas, con las condiciones de vida de sus ciudadanos en niveles paupérrimos, sino que también heredaremos un deterioro masivo en los indicadores de equidad de la sociedad, con todas las implicaciones que ello tiene para el funcionamiento de la economía y la gobernabilidad democrática.
Desde que Simón Kuznets en los años cincuenta postuló su conjetura sobre la relación entre el estadio de desarrollo económico y la desigualdad, al argumentar que son más equitativos los países más pobres y los más ricos, mientras que los países de ingreso medio son más desiguales, la llamada curva de Kuznets [4], mucho se ha escrito sobre los efectos de la equidad sobre el desarrollo.
El tema es objeto de intenso debate global. Branko Milanovic, uno de los líderes de la discusión académica actual sobre el tema, nos recuerda que la desigualdad importa mucho y por más de una razón[5]. De las razones de Milanovic, la que me parece más relevante para Venezuela en este momento es que la desigualdad importa para la gobernabilidad política de los países. Si bien se puede argumentar que algunos tipos de desigualdad pueden ser positivas para el desempeño económico (por ejemplo, la desigualdad debido al esfuerzo diferencial de las personas), también se puede afirmar que la desigualdad nunca es buena para la democracia.
Las desigualdades económicas tienden a tener expresiones políticas que defienden la perpetuación de esas diferencias. Piense un momento el lector de dónde provienen las desigualdades económicas que estamos observando. Piense si esas diferencias son producto del esfuerzo diferencial de las personas o de otros factores. Entonces piense en el tipo de expresión política que será apoyada por esta nueva “élite económica” en el futuro. Es fácil creer que existe una relación directa entre la desigualdad de hoy y las condiciones de la gobernabilidad democrática de mañana.
De la anterior premisa se desprende el punto central de estas líneas: La evidencia indica que la debacle económica venezolana tiene connotaciones profundamente regresivas y que el legado de este período será, entre otras muchas cosas, una sociedad mucho más desigual. El tema es importante, no solo porque esta desigualdad tiene connotaciones muy injustas (si tomamos la definición Rawlsiana del término), sino que esta desigualdad podría estar creando la base política de los enemigos de la democracia en el futuro.
Urge forjar un nuevo consenso social para lograr la redefinición de políticas de Estado, para retomar cuanto antes el crecimiento económico y estabilizar la economía, y por esa vía, habilitar la recuperación sostenida de los ingresos de los más pobres y las clases medias depauperadas. Esa será la única vía para mitigar el cuadro de profunda desigualdad que heredaremos de este período. Ese es el reto que tenemos por delante. Es un reto económico, pero también un reto político y de gobernabilidad.
(Texto aparecido originalmente en el portal Prodavinci.com el 07-07-2017)
(Texto aparecido originalmente en el portal Prodavinci.com el 07-07-2017)
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