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martes, 11 de julio de 2017

Sobre la congelación general de precios

La congelación general de precios es, a lo que queda de la economía, lo que la Constituyente Comunal es a lo que queda de la democracia. Habría que decir para empezar que el anuncio del gobierno de congelar todos los precios de la economía ha pasado relativamente desapercibido, cosa muy lógica frente a la atención que ha recibido la amenaza de derogar por medios no democráticos la Constitución de 1999, pero no es un anuncio no grave.
A riesgo de ser reiterativo hay que repetir el mantra sobre los controles de precio: todos producen escasez, mercados negros, incentivos al arbitraje y destrucción de producción local. Los controles de precios son una máquina de producir miseria entre la población en general, particularmente entre la población más pobre, que en teoría son los que los controles buscan proteger. El caso de la congelación general de precio es más grave aún, pues la medida amenaza con crear mercados negros donde no los había, y destruir lo poco que queda en pie.
La decisión de suprimir por decreto el sistema de precios de la economía, amenaza con demoler los espacios donde la economía de mercado todavía persiste en una forma más o menos funcional. En Venezuela todavía subsisten pequeños espacios donde el sistema de precios funciona. Tome, por ejemplo, el caso de la proliferación de pequeños mercados temporales para productores de frutas, hortalizas, queso, huevos, entre otros productos, que florecen en las principales ciudades del país. Estos mercados están relativamente bien abastecidos, por lo que son una respuesta parcial y sub-óptima, si se quiere, a la grave situación de abastecimiento en las zonas urbanas, a pesar de que sus precios resultan demasiado altos para la mayoría. Gracias a estos mercados, una pequeña capa de pequeños productores se mantiene operando, empleando e invirtiendo. La economía de mercado es como un río: uno puede invadir su cauce, pero el agua siempre lo retoma.
Este naufragio llamado chavismo haría bien en revisar la historia, si no para no repetirla, al menos para buscar formas originales de fracasar. En Marzo del año 2007, el Presidente Robert Gabriel Mugabe decretó una congelación general de todos los precios, tarifas y comisiones de Zimbabwe. La medida fue acompañada por una exhortación al pueblo para actuar como fiscales de precios y asegurarse de que se cumpliese la congelación. La medida también aumentó las penas legales para aquellos que optaran por ignorar la congelación de precios. El resultado de esta desquiciada política fue miles de empresarios y comerciantes detenidos (7.500 reporta la prensa para agosto de 2007), y ningún efecto sobre la evolución de los precios: la inflación, que el año anterior había alcanzado 1.280%, cerró el año 2007 en 66.200%.
En 1927, cuando el proceso sistemático de destrucción de los contrapesos constitucionales al poder del Partido Fascista, se inició la era de la Dictadura fascista corporativa italiana. En términos económicos, una de las primeras medidas del Dictador Benito Mussolini, fue también imponer controles de precios generalizados, y crear policías del partido fascista para hacer cumplir las regulaciones. El saldo de esta medida fue el mismo de siempre: los controles no pudieron frenar la inflación y dañaron gravemente a los productores. Todos sabemos además cómo terminó el experimento fascista y su líder.

(Texto aparecido originalmente en el portal Prodavinci.com el 03-05-2017)

viernes, 30 de diciembre de 2016

Racionalidad, Moralinas y la cola de EPK

Venezuela tierra de lindas playas, beisbolistas y liberales que abominan del Homo Economicus sobre bases morales.
En víspera de Navidad el gobierno venezolano cargó de nuevo contra una compañía privada venezolana, una de notable éxito internacional y buena reputación: la cadena de tiendas especializadas en ropa infantil EPK. El aparato burocrático-policial intervino las operaciones de la cadena, obligándola a vender a precios ficticiamente bajos y produciéndole una pérdida irreparable. Para qué quede muy clara mi posición: el hecho me parece abominable y merecedor todo nuestro repudio, es una dosis adicional de esta tóxica mezcla de incompetencia, maldad e ideología que es el chavismo, que tiene a este país en la lona y ciudadanos comiendo de la basura.

El episodio de EPK encendió la indignación de nuestra reducida y maltrecha esfera pública nacional. La mayoría, para mi sorpresa, destiló una rabia que iba dirigida mucho más hacia la gente que se lanzó a la calle a sacar provecho de los efectos de la arbitraria medida, mientras muy pocos se enfocaban en el verdugo que la tomó. Aquel día llovieron monsergas del tipo “esa cola es expresión del fracaso moral” de este país, y cosas por el estilo.

Lo primero que habría que decir es que no tengo interés alguno en certificar la calidad moral de los que hicieron cola en EPK, probablemente algunos de ellos son terribles personas. También hay que decir que hay una dimensión de su conducta que, en efecto, puede ser evaluada en el plano moral, como toda acción humana, pero creo que enfocarse en ese “juicio moral” enturbia la comprensión del fenómeno y nos lleva a un debate que, en mi opinión, es estéril e improductivo. Entiendo la muy humana necesidad de sentirse por encima de este pantano que va dejando el chavismo, pero estoy convencido de que es una discusión profundamente inútil.

El episodio de EPK, notorio por lo visible y reciente, no es distinto a lo que tres lustros de controles de precios chavistas han infringido sobre el sector privado: forzar a un productor a vender su producción a niveles ridículamente bajos, es exactamente lo que ha venido haciendo el gobierno con otros rubros, desde lavaplatos hasta harina de maíz. Y en todos los casos el efecto es el mismo: una estructura de precios incompatibles con los costos de los productores da como resultado colas para comprar, desincentivos para producir, y oportunidades de arbitraje de precios.

En todos los casos se cumple la máxima económica: la gente, en general, responde a los incentivos que se le presentan. Si hemos de enfocarnos en un juicio moral sobre la cola de EPK, yo lo haría sobre la bancarrota moral que significa un gobierno que diseña los incentivos perversos que, para producir ganancias de bienestar de corto aliento sobre individuos, llevan a la quiebra al sector privado. Desde el punto de vista económico, lo que uno observa es la respuesta de la masa a un cambio –arbitrario, dictatorial, ilegal- a las condiciones del “mercado”. Cómo dice un economista amigo, uno podría darle connotaciones morales a la pendiente negativa de la curva de demanda, pero es inútil. 

Tampoco es que es la primera vez que el gobierno chavista toma una medida económica que hace que ciudadanos tomen decisiones que, siendo racionales, pueden resultar moralmente cuestionables. La historia de los últimos 17 años está llena de nefastas políticas públicas, oportunidades arbitraje y ganancias individuales en detrimento de terceros. Ahorrémonos la moralina, comparemos por ejemplo las implicaciones de la cola de EPK versus la cola de traders que arbitraron con bonos soberanos denominados en USD pero pagaderos a la tasa de cambio oficial de 4,30.

Pudiera ser un poco injusto, eso sí, decir que hacer la cola de EPK es equivalente al provecho que saca el ciudadano promedio a las políticas de subsidios y controles generalizados, como los controles de precio de la gasolina o el control de cambios a través de Cadivi. Al fin y al cabo pudiera ser cierto que hay algo de inevitabilidad de la elección individual, por aquello de “yo no tengo forma de poner gasolina a otro precio” o “no hubo otra forma legal de comprar dólares”. Tal vez sea una cuestión de grados, pero la naturaleza es la misma.

Se dice también que en el caso de EPK la víctima es un empresario venezolano con nombre y apellido, lo cual es cierto. Lo anterior da para la reflexión sobre cuál es la víctima de las siniestras políticas de subsidio generalizado, pues no es otra que nuestros difusos, pero no menos importantes, intereses colectivos: las finanzas públicas, la provisión de servicios básicos, el equilibrio externo, el medio ambiente, la producción nacional, etc. No deja de ser descorazonador que los victimarios piensen que es menos malo si la víctima somos todos. Esas políticas las terminaron pagando los más vulnerables, los que hoy se enfrentan al abismo económico sin herramientas para enfrentarlo y sin un Estado que le provea una mínima red de salvación.

Decía que puede haber grados, pero que lo que si no se puede negar es que el mecanismo económico que opera en un caso u otro es de la misma naturaleza. Si la cola de EPK es la respuesta de “demanda” ante un precio forzadamente puesto a nivel ficticiamente bajo, también es lícito pensar que esa “demanda” por ese Iphone5 que se compró en 2013, por ese viajecito a Europa de 2012, o por esa universidad extranjera donde estudió su hijo, o la “demanda” por 52 tanques de gasolina que le pone a su camioneta al año, tal vez, solo tal vez, no hubiera sido la misma “demanda”, si el gobierno no forzara algunos precios a permanecer a un nivel también ficticiamente bajo. Piénselo.

Lo cierto es que en todos los casos, sean epkeros, cadiveros o traders, se trata de gente respondiendo de forma racional a incentivos perversos. En todos los casos una evaluación de la dimensión moral de esas conductas, sin ser incorrecta, me parece –repito- estéril e improductiva. Es un debate estéril porque no queda una implicación práctica, de ese fútil ejercicio de dividir a la gente entre buenas y malas no queda algo que nos ayude a navegar el futuro. Los estados, las instituciones, las reglas y las políticas existen, precisamente, para no tener que depender exclusivamente de la poco fiable “conciencia” de la gente. Creer que se puede obtener resultados económicos deseables, basados solamente en la “conciencia moral” de las personas, sin la estructura de incentivos adecuada, es exactamente el postulado socialista del “hombre nuevo”, estúpida formulación con inevitables resultados trágicos, como cualquier venezolano puede atestiguar.

Es un debate improductivo porque desvía atención de los verdaderos responsables: los que hacen las políticas, diseñan los incentivos e implementan estas criminales acciones: el gobierno chavista. El debate de los atributos morales de la cola de EPK diluye las culpas en una difusa colectividad, llevándonos a una suerte de determinismo cultural de lo “malo” que es el venezolano, ejercicio de verdadera holgazanería intelectual que es utilizado a diestra y siniestra como una especie de respuesta-comodín, pero que es una respuesta incorrecta y falsa para explicar lo que pasa en Venezuela (o en cualquier parte).

El punto central es que la gente es simplemente gente, y responde a incentivos. Saberlo nos permite liberarnos de esos prejuicios que, en estas horas oscuras, están a la orden del día y en boca de todos. No creo en el patrioterismo ni soy dado a las cursilerías celebratorias del hecho aleatorio de nacer sobre un territorio, no soy de los que crea que haya nada particularmente bueno, o chévere sobre el “ser venezolano”, pero tampoco creo que haya algo particularmente malo sobre serlo. Simplemente creo que no somos ni mejores ni peores que otras sociedades, las experiencias de países que progresan económica y socialmente son tan diversas que son en sí mismo prueba de que la “superioridad moral” no es un factor que explique el desarrollo. La gente es gente, en todas partes, y si cambian los incentivos, cambia el  comportamiento. En Suecia, Maicao o Santa Cruz de la Sierra.


Pensar de esta manera, por cierto, es lo único que nos permite aspirar a un país distinto, es lo único que nos permite guardar la esperanza de que si construimos un andamiaje distinto, obtendremos resultados distintos, en este territorio, con estos mismos ciudadanos. Qué el 2017 nos sea un poco más leve a todos.